"Reflexiones sobre la condición humana."

“La vulnerabilidad tiene que ver, pues,

con la posibilidad de sufrir, con la enfermedad,

con el dolor, con la fragilidad, con

la limitación, con la finitud y con la muerte.”

Feito, 2007.


La historia nos ha mostrado una búsqueda constante hacia la invulnerabilidad, desde la antigüedad los diversos rituales, que hasta la actualidad mantenemos, desde los más divinos hasta los más científicos colocan en evidencia esta búsqueda constante, a este sujeto en falta luchando frecuentemente contra la muerte, en un baile que muchas veces puede ser travieso y desgastador.


Posiblemente la “devaluación” del adulto mayor o “viejo” en los últimos tiempos, acompañado de los avances de la ciencia que promueven la juventud, han ido suscribiendo la búsqueda de la invulnerabilidad, estereotipos ligados a la imagen corporal y constructos culturales sobre lo físicamente funcional que puede ser una persona joven cada día van tomando más lugar, permitiendo la presunta huida del ciclo evolutivo natural y entorpeciendo el desarrollo humano, en ciertos casos fomentando una segregación de ciertos grupos humanos considerados como ”no funcionales”.


El ser humano es frágil por naturaleza, cuenta con una única certeza que nos acompaña como compañera fiel a lo largo de nuestra finita existencia, la muerte, posiblemente esta finitud imperceptible nos acompañe en nuestros planes y ambiciones, promoviendo nuestra existencia hacia planos de desarrollo personal y cumplimiento de metas. Y aunque lo sabemos, poco lo hablamos, menos aún lo reflexionamos mas siempre luchamos contra él como si le pudiéramos huir o escondernos de él.


Irónicamente, en la actualidad ya no solo le huimos a la muerte o la vejez si no también al sentir, la “positividad tóxica” nos promete un nirvana al que pocos se negarían, un estado interno que es tan deseado y prometido incluso por productos consumibles, algo así como la pastillita de la felicidad, que progresivamente anula el sufrimiento negándonos asi el derecho a sentir ese prisma emocional que tenemos como humanos. La felicidad es tan perseguida y bienvenida que caímos en la farsa de creer que ese es un estado continuo y el único aceptable que permite el vivir plenamente.


Constructos disfrazados de salud se siembran bajo la tela de la “ausencia de malestar”, invitándonos a la invulnerabilidad, que en ocasiones nos envuelven en un inconformismo constante al no llegar en ningún momento a esta ausencia. La ciencia de la prevención ha tomado un papel fundamental al querer revertir estos conceptos e invitarnos a una nueva compresión sobre la invulnerabilidad, explicando que este constructo hace referencia a los caracteres que un ser humano conserva a fin de desarrollar estrategias que le permitan hacer frente a las adversidades de manera asertiva, convirtiendo la crisis en oportunidad.


Desde este punto de vista, se propone a la invulnerabilidad como un estado en el cual el ser humano favorezca su desarrollo biopsicosocial, supere de forma exitosa cada crisis y que pertenezca a un contexto favorable que contribuya con lo necesario para permitir su desarrollo y superación, es decir, un proceso de afrontamiento que realiza un ser humano para hacer frente a las adversidades mas también entenderlo desde los resultados positivos obtenidos de cada práctica.


Estos componentes mantienen un eje promotor que es el contexto, mismo que en muchas ocasiones nos mantienen en una vulnerabilidad social que no depende de nosotros sobre la cual el control que podemos ejercer es casi nulo, posicionándonos sin haberlo pedido en un estado de desprotección que puede depender de quienes nos gobiernan, donde nacimos, donde vivimos y en qué condiciones socioeconómicas nos encontramos. Mas aún nos suponemos “super-autónomos” y “auto-suficientes” convirtiendo a esta como eje de nuestros ideales, demanda de derechos y fomentador de deberes, dentro de esta paradoja con la vulnerabilidad ignoramos en ocasiones que nuestra condición no solo depende de nosotros sino también de las condiciones en las que vivimos.


Hasta antes de nuestro primer encuentro con la vulnerabilidad nos sentimos intocables y casi podría decir que invulnerables pues casi nada latente se encuentra en nuestra cotidianidad el pensar que algún día pereceremos, que algún día seres vulnerados. Posiblemente el hecho no es dejarnos morir sin vivir, evitar el sentir o aceptar nuestro destino sin luchar por lo querido, si no, permitirnos el vivir cada experiencia, sentir cada emoción, luchar por el cambio de condiciones, ver oportunidades viviendo una vida preciosamente precaria, siendo invulnerables hasta la muerte.


Autor:

Fausto Aguilar.

Psicólogo Clínico por la Universidad de las Américas Quito - Ecuador.

Estudiante de comunicación social.Fundador de Historie Psicología.